7 de marzo

Opinión Celeste y Marrón

Juan Pablo Marrón

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Fue en ese mismísimo tiempo, el de las fábricas que se cerraron para siempre, el de los desempleados encimados, el de la derrota de la cultura del trabajo... fue en ese mismísimo tiempo en el que a Racing le dolió el corazón.
Había demasiado contexto como para avalar semejante derrota institucional. Una siniestra clase política haciendo culto a la improvisación, la distorsión de la identidad, pibes con hambre corriendo gallinas en la pensión, profesionales presos de una incertidumbre abismal.
Regenerando, una y otra vez, el modelo de contratos imposibles en la búsqueda de un éxito que se transformó, lógicamente, en imposible, Racing quedó apenas protegido en su propio pasado, ese de un título mundial y otros tantos en la Argentina, y en el increíble afán de miles de seguidores que, con el simple e increíble orgullo de ser miles, y tan jóvenes, se aferraron a un amor que les dio éxito a cuentagotas.
Fue entonces que detrás de cada revolcada de Ignacio González, de la pasión de Fernando Quiróz, de los tiros libres de Rubén Capria, el talento de Ángel Morales y los goles de Marcelo Delgado, había un club con respirador artificial que provocó su propio estallido el 4 de marzo de 1999.
La imperdonable articulación semántica de la sindicatura, hasta allí de una labor encomiable, hasta su infeliz declaración, provocó que la masa societaria de Racing colapse la Avenida Mitre en la búsqueda de una respuesta. Tres gobiernos bajo sospecha, una deuda incalculable, acreedores de ciencia ficción, comulgaron en la historia de mayor desencanto. Esa que se ubicó a años luz de tantísimas propuestas electorales.
Síndico. Quiebra. Liquidación. Bienes. Redoblante. Toma. Sede. Suspensión. AFA. Juzgado. Los signos que marcaron una época. Congregacion. Esperanza. Defensa. Marchas. Retorno. Rosario. Multitud. Pibes. Supervivencia. Amor. Los signos que marcaron la respuesta de los hinchas de Racing, ante una malaria explicada en una de las más grandes defraudaciones de política deportiva que se hayan visto a nivel mundial.
Una quiebra te estanca en el tiempo. Te atrasa. A Racing le llevó una década asumirlo y madurarlo. Lo logró. Pero para llegar al nivel de mejora que hoy frecuenta se tuvo que enfrentar con la muerte cara a cara, y casi pierde.
Si el 4 de marzo fue la casi destrucción, tres días después su propio coliseo recibió un gesto de entrega absoluto resumido en 30.000 fieles que hicieron de cuenta que su equipo jugaba por la primera fecha del Torneo Clausura ante Talleres de Córdoba. No había rival, no había arbitro, no había partido. Pero si unos cuantos hinchas desfilando de rodillas y suplicándole al cielo una posibilidad para seguir viviendo. Racing estaba transformando su propia desgracia en una muestra de voluntad.
Ya habría tiempo para jugar todos los partidos juntos de aquel torneo en el cierre del mismo, para los aportes privados, para Mostaza Merlo y la consagración después de larguísimos 35 años, la promoción, el desahogo, la vuelta a las urnas, la vuelta de Milito y un título que reflejó que Racing ya no era el mismo, sino un club que se había puesto de pie y estaba dispuesto a caminar de verdad. No hay ninguna duda, que la historia de la refundación de Racing comenzó ese 7 de marzo cuando los suyos le demostraron al mundo que estaban dispuestos a sacarlo del grave estado en el que estaba.
No hay mejor historia, que la logra revertirse. Ese es el lema de Racing en estos tiempos. Ese es lema que comenzó ese 7 de marzo, el mes en el que la Academia nació y volvió a nacer.

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